Uno de los recursos más valiosos, pero menos valorados de los que disponemos es el tiempo. Todos nos ponemos sensibles cuando vemos películas donde el protagonista, ya entrado en años, entiende que dejó que su vida se escurra entre sus manos. Golpeado por algún acontecimiento que lo lleva a despertar y a darse cuenta de que descuidó las cosas importantes, emprende un proceso de reinvención en el cual “recupera el tiempo perdido”. Pero, generalmente, cuando los créditos todavía bajan por la pantalla frente a nuestros ojos, nos secamos las lágrimas y volvemos a sumergirnos en nuestra rutina, entregados por completo a la carrera de la vida, sin prestar demasiada atención al paso de las horas, los días, los meses y los años.
Cuando perdemos dinero no tardamos mucho en darnos cuenta y reaccionar. Las alarmas se disparan y las consecuencias nos obligan a hacer algo al respecto. Pero no pasa lo mismo con el tiempo perdido. Este se nos escapa de una manera más sutil y podemos llegar a tardar décadas en descubrir que hemos hecho una mala inversión.
La mayoría de las personas gastamos gran parte de la vida en cosas que no disfrutamos ni nos gratifican. Desde pequeños tenemos obligaciones (que son sanas y necesarias) y nos encontramos cumpliendo horarios y respondiendo ante otros. ¡La vida sucede mientras hacemos todas estas cosas! Comenzamos con el jardín, continuamos con la educación primaria, secundaria y (en algunos casos) superior. Luego, trabajamos (frecuentemente de algo que no nos gusta) sin parar, juntando con esfuerzo todos los años de aportes que necesitamos para tener una jubilación decente. Quienes, por diversos motivos, no ingresan al sistema educativo suelen trabajar desde pequeños. ¡Y no todos los trabajadores logran jubilarse! No son pocos los que necesitan continuar trabajando y generando ingresos para suplir sus necesidades y sostener a su familia. Si a las extensas jornadas laborales y académicas que nos acompañan durante casi toda nuestra vida le sumamos el traslado (que para muchos se traduce en varias horas por día) y las horas de descanso que nuestro cuerpo necesita para funcionar (aunque no siempre lo hacemos en la medida correcta), descubrimos que realmente no disponemos de mucho tiempo.
Cuando somos jóvenes, solemos pensar que “tenemos toda la vida por delante”. Y es cierto que queda camino por recorrer; pero esto no debería ser una excusa para malgastar nuestros años. Todos tenemos sueños guardados en algún espacio secreto de nuestro corazón. A veces lo visitamos y suspiramos pensando “cuando me reciba lo voy a hacer” o “cuando tenga dinero”, “cuando me case”, “cuando los chicos sean grandes”, “cuando me jubile”. Pero el tiempo pasa; no retrocede ni se detiene, y si ese “mañana lo hago” nunca se convierte en “hoy”, los sueños comienzan a desvanecerse.
Entonces, ¿Qué hacemos? ¿Nos deprimimos todos juntos? ¿Lloramos por lo efímera que es la vida y por el poco tiempo del cual disponemos? ¿Hacemos una ronda de autoayuda y nos consolamos mutuamente por los sueños frustrados?
Si te ves reflejado en algún punto, si observas que los años siguen pasando imparables e indomables; si gran parte de tu tiempo lo invertís en actividades poco gratificantes y eso te causa pesar; si lo que más te importa en la vida es lo que menos de vos se lleva, y si solés ser más propenso a dilatar y a desestimar tus sueños personales que a esforzarte por hacerlos realidad, dejame compartirte algunos pensamientos y algunos consejos para que consideres.
MEDITAR EN LAS PRIORIDADES
¿Qué es lo más importante para vos? Una cosa es lo que decimos que nos importa, y otra lo que queda demostrado en nuestra agenda. Las prioridades suelen salir a la luz cuando revisamos a que le dedicamos más tiempo. Podemos decir que nuestra familia es lo más relevante, pero si no compartimos tiempo con ellos y, en cambio, dedicamos muchas horas a estar en las redes sociales, le estamos dando más importancia a lo segundo. Es sano de vez en cuando sentarse a pensar en cómo estamos invirtiendo nuestro tiempo, y revisar si tal vez estamos dedicándole demasiado de nosotros a cosas que no son tan significativas, y estamos perdiendo la oportunidad de disfrutar de aquello que es más valioso.
ORGANIZAR NUESTROS DÍAS LO MEJOR QUE PODAMOS
¿Controlamos nuestros días o ellos nos controlan a nosotros? No es necesario que las responsabilidades nos pasen por encima, ni llenarnos de actividades hasta convertir nuestros días en un itinerario complejo y agotador. Hay cosas que son inevitables: necesitamos y debemos trabajar y ser responsables con nuestros compromisos. Pero también necesitamos descansar, esparcirnos, despejarnos y disfrutar de relaciones sanas que nos hagan bien.
Debemos aprender a decir que no sin sentir culpa. Y también es muy positivo ocuparnos de planificar nuestra semana dándole lugar a las prioridades que definimos en el punto anterior. Si la salud es importante para nosotros, debemos apartar cada día un tiempo para descansar. Si la familia es relevante en nuestra vida, deberíamos buscar la oportunidad para compartir con ellos, aunque sea por videollamada. No tenemos por qué improvisar cada día o estar desprevenidos a lo que vaya aconteciendo, podemos tomar el control de nuestros días e invertir nuestras horas con sabiduría.
EJERCITAR EL BUEN HUMOR
Muchas de las cosas que debemos hacer en la vida no nos resultan placenteras. Pocos gozan de la bendición de trabajar de lo que les gusta; muchos, aunque estudian una carrera que eligieron, no disfrutan del proceso de estudiar, cursar y rendir exámenes. No conozco a nadie que encuentre placer en realizar trámites, pagar cuentas, o hacer colas; y tampoco sé de aficionados a viajar durante horas en transporte público para ir a su lugar de trabajo o de estudio.
¡Pero todo esto forma parte de la vida! No podemos escapar. Tenemos la opción de estar de malhumor, fastidiosos o amargados cada vez que nos toca cumplir un compromiso que no nos resulta grato; o desarrollar la capacidad de tener buen ánimo más allá de las circunstancias. Podemos volvernos expertos en disfrutar de cada momento, hagamos lo que hagamos y estemos en donde estemos. Y nos sorprenderá descubrir que una buena actitud no solo cambia nuestros días, sino que también afecta los espacios en los que nos movemos y a las personas que nos rodean.
PROPONER METAS Y AVANZAR HACIA ELLAS
Lo más importante de una meta no es alcanzarla, sino mantenernos en movimiento. La vida se pone monótona, gris, chata y aburrida cuando no tenemos objetivos en nuestro horizonte. En cambio, cuando nuestro corazón arde con una pasión que nos moviliza, la vida se llena de dinamismo, color, forma y aventura.
¿Qué te apasiona? ¿Qué disfrutás? ¿Qué podés hacer durante horas sin percatarte del paso del tiempo? Quizás no lo sabés… ¡Tomate el tiempo de averiguarlo! Animate a conocerte, y cuando lo descubras, proponete metas que desarrollen esa pasión. Vas a ver que tu vida se transforma completamente, y, si estabas estancado, comenzarás a caminar.
La vida es una sola. Muchas veces es dura, injusta e incomprensible; pero puede ser hermosa y apasionante. Si el tiempo no retrocede, cada momento es único e irrepetible. Si las horas nunca dejan de avanzar, entonces es sabio valorar y disfrutar cada segundo. Tenemos el tiempo que nos fue dado. Ni un minuto más, ni un minuto menos. ¿Qué vamos a hacer con él?