Adictos a la queja

Aunque no a todos nos gusta cantar, hay un canto que todos manejamos a la perfección. Cuando el colectivo no para, nuestro equipo de futbol no juega como esperamos, o la comida sabe un poco raro, empezamos a entonar casi automáticamente el cántico universal de la queja. La letra varía según el detonante y el contexto, y aunque la mayoría de las estrofas las improvisamos, solemos introducir en las frases palabras comunes y categóricas como “nada”, “nunca”, siempre” o “todo”.

Pero por más que nos consideremos prodigios compositores de quejas, la realidad es que ser un quejoso no es ser un artista.

¿Es malo quejarse?

Debemos diferenciar el reclamo justo y efectivo de la queja crónica e improductiva. Cuando nos expresamos sobre un problema, una injusticia o un malestar con el fin de prevenirlo, denunciarlo, remediarlo o buscar soluciones; es algo positivo. “Quejarse” en este caso, es el puntapié inicial, el comienzo de una serie de pasos que tienen como objetivo transformar aquello que nos “aqueja”.

Pero hay otro tipo de queja, menos simpática y mucho más cotidiana. Es la que aparece cuando renegamos del clima si llueve, pero también si hace calor; pataleamos cuando tenemos mucho trabajo, y cuando no tenemos nada para hacer; nos molestamos cuando nos llegan muchos mensajes, y también cuando nadie nos escribe. Es la queja ociosa, inútil, exagerada, constante. Ese lamento continuo sobre situaciones que no cambian (a veces porque no podemos, a veces porque no queremos), que lo único que hace es profundizar el malestar. Al principio parece inocente; un desahogo aislado para descomprimir. Pero cuando se hace costumbre, carga nuestros días con una sutil amargura.  

Entonces, ¿es malo quejarse? Cuando lo hacemos de esta última manera, definitivamente.

Quienes se vuelven aficionados a este tipo de queja suelen contagiar a otros con negatividad y llenar los espacios en los que se mueven con pesimismo. Pronto encuentran a cómplices que tienen mucho para acotar y así continúan alimentando su insatisfacción.

Además, la queja incesante nos impide disfrutar de las cosas lindas que nos pasan, y se concentra solo en lo negativo. Nos hace aburridos, monotemáticos y predecibles. Incluso puede volvernos solitarios, porque las personas suelen evitar a los quejosos. Como si fuera poco, estudios médicos recientes afirman que quejarse continuamente y estar expuesto a las quejas de otros “daña las neuronas del hipocampo y deteriora el funcionamiento del cerebro”.

Nunca es demasiado tarde

Afortunadamente, no todo está perdido para los quejosos crónicos. Si reconocemos que algo de esto nos describe a nosotros, es una buena oportunidad para hacer algo al respecto.

  1. Reconozcamos que nos quejamos demasiado:
    Lo primero que tenemos que hacer es darnos cuenta de que nos quejamos mucho y de que eso no es bueno. El ser consciente de las consecuencias negativas de nuestro comportamiento debería alentarnos a modificarlo.
  2. Démosles más lugar a las cosas buenas:
    Solemos darle protagonismo a lo malo y dar por sentado o minimizar lo bueno. ¡Es hora de revertir esto! Las cosas buenas merecen el papel principal.
  3. Seamos agradecidos:
    A medida que la gratitud avanza, la queja retrocede. Ejercitemos este valor tan saludable y necesario en la actualidad. Decir “gracias” nunca pasa de moda.
  4. Transformémonos en buscadores de soluciones:
    Tomémonos el tiempo de pensar en posibles soluciones para aquello que motiva nuestra queja. Si es algo que podemos cambiar, esforcémonos en hacerlo. Si no se puede hacer nada, aceptémoslo sanamente. En ninguno de los dos escenarios hay espacio para la queja.
  5. Prestémosle atención a nuestra forma de hablar:
    Empecemos a escucharnos. Evitemos las expresiones negativas y el victimismo y reemplacémoslo por un lenguaje positivo y constructivo. ¡Que escucharnos dé gusto!
  6. Ocupémonos de nuestro bienestar:
    Cuidemos nuestro cuerpo, comamos sano, organicemos nuestro tiempo, descansemos bien, hagamos cosas que disfrutemos, rodeémonos de personas que queramos. En vez de quejarnos, tomemos las decisiones necesarias para gozar de la vida.

¿Qué logramos con quejarnos? Prácticamente nada. ¿Qué lograremos dejando de lado la queja? Definitivamente mucho.

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