En el último tiempo se empezó a escuchar mucho una palabra un poco rara. Años atrás pocos la usaban, pero hoy en día se hacen talleres, conferencias, podcasts y hasta se escriben libros alrededor de este término. ¿Ya sabes a cuál me refiero? La palabra PROCRASTINAR. La has oído, ¿verdad? Proviene del latín y significa algo así como “postergar hasta mañana”. ¿Suena a algo que hayas hecho alguna vez? El problema cuando esto pasa es que al otro día volvemos a hacer lo mismo. De esta manera, nuestra tarea o responsabilidad es empujada hacia un mañana inalcanzable, hasta que las consecuencias son inevitables.
Somos la generación más “postergadora” que haya existido sobre la faz de la Tierra. Y con generación no me refiero a los “millennials” o a los “centennials” o a la “generación z” o ” y”; sino a todos los que estamos vivos aquí y ahora, y que compartimos características en común, propias de la era en la cual nos movemos. Porque debemos reconocer que esto de procrastinar no está limitado a los adolescentes, o jóvenes, o adultos… Es algo que nos atraviesa a todos.
¿De dónde viene nuestra pasión por dejar todo para después?
Estamos expuestos a una oferta de entretenimiento como nunca. Hoy en día tenemos un acceso instantáneo y casi ilimitado a películas, series, música, videojuegos, noticias, artículos, debates, conferencias, talleres, cursos, información y todo tipo de contenido. Pero esta inmediatez no se reduce solo al entretenimiento; si tenemos un antojo, abrimos una aplicación, seleccionamos lo que queremos comer y en poco tiempo lo saciamos; si necesitamos hablar con alguien, agarramos el celular y en cuestión de minutos ya tenemos una respuesta; si deseamos comprar algo, pero no tenemos el dinero, lo sacamos a crédito y así evitamos ahorrar unos meses y esperar para “sacarnos el gusto”.
Esto es algo inédito en la historia de la humanidad y tiene sus ventajas, claramente. Pero, por otro lado, el exceso de placer instantáneo configura nuestra mente y nuestro organismo de tal manera que casi no puede tolerar estar aburrido, enfrentar una situación adversa o tener que esperar para lograr algo o ver resultados. Por este motivo, cuando encaramos tareas que no son placenteras o no nos entretienen, nos distraemos fácilmente, nos cuesta concentrarnos y enseguida encontramos una excusa para tomarnos un descanso, relajarnos y “seguir después”.
¡Qué problema! Porque lo que es realmente valioso requiere tiempo, esfuerzo y concentración. Cultivar relaciones sanas, terminar una carrera, gozar de buena salud, llevar a cabo un proyecto personal o social; son cosas que no se logran de un día para otro y que deben ser atendidas y trabajadas a través de los años. Pero al mismo tiempo, son las cosas que más satisfacción y placer nos dan.
Placer inmediato VS. placer a largo plazo
Esto propone un enfrentamiento: Placer inmediato vs placer a largo plazo. El primero no nos pide mucho; no espera de nuestra parte esfuerzo ni paciencia; llega rápido, pero así también se va. Recurrir a él con frecuencia, nos acostumbrará a buscar constantemente una fuente de placer barato, para no pensar, no aburrirnos, no enfrentarnos a aquello que preferimos evitar.
El segundo es más exigente, espera que trabajemos y sudemos para alcanzarlo. Se tomará su tiempo, pero los resultados impactarán en varias áreas de nuestra vida y nos harán sentir más vivos y plenos. Y, si prestamos atención, incluso el proceso para alcanzarlo puede llegar a regalarnos momentos de satisfacción.
Esto no significa que cada vez que elegimos comer una hamburguesa o ver una serie estamos renunciando a cosas más grandiosas, pero el ser conscientes de esta realidad nos permite ser cuidadosos y ejercitar el autocontrol para no volvernos adictos a la gratificación inmediata, ni convertirnos en procrastinadores seriales incapaces de terminar lo que empiezan, o encarar proyectos ambiciosos porque todo lo dejan para después.
Esta es una buena oportunidad para hacer una pausa, examinarnos a nosotros mismos y evaluar a qué tipo de placer le estamos dando más lugar en nuestra vida.